09/03/2015
Publicado en: Cuarenta latidos
Cuando pienso en ti, cuando me quedo mirando el mar o un paisaje inmenso en donde uno no puede dejar de ver las huellas de dios, algo desconocido nace dentro y me recorre las venas y los músculos hasta llegar a mi cerebro, para decirme, que todo lo que me proponga será posible. Quiero entonces escribir las frases más hermosas que mi mente pueda imaginar. Y siento que soy capaz de hacerlo, que puedo mirar a todo lo que me rodea y entender sus mensajes ocultos, poder sentir el alma de todo lo que existe para poder describirlo con la enorme fuerza del que habla de lo que a fondo conoce. Y entonces, cuando tengo esa sensación de plenitud, sigo pensando en ti y veo los restos de los volcanes apagados de Lanzarote. Al fondo el mar, manso como una laguna sin orillas, se mueve muy lento aunque el viento desbocado recuerda el día de las primeras explosiones.
Los volcanes tienen el perfil de la muerte. Es un gris oscuro que todavía guarda el destello rojizo de su primera vida, de cuando eran el fuego primigenio que al apagarse comenzó a ser la cuna de todo. Alrededor de los volcanes ciegos la lava se ha quedado petrificada en su primer intento de vida. Llegó hasta el mar y murió. Pero en ese pequeño instante la lava acumuló la belleza. Porque la lava, el fuego, son, al cabo, cuadros llenos de vida que creó aquel del que todo desciende en el universo.
Sí, los volcanes son una enorme fotografía de la muerte. Su lunática semblanza tiene la mansedumbre, el frío, la calma de esa muerte que siempre va escondida detrás de la vida. Esa realidad de que todo un día estará tan quieto como esa ceniza que lleva siglos parada frente al mar, mirando las olas de la playa, mirando las espumas que a lo lejos, cerca de la costa de Fuerteventura, nacen en sus riberas y llegan con fuerza a las oscuras playas de la isla. Y ante esa muerte parada el mar y tú, que vives en mi pensamiento, sois los más maravillosos símbolos de la vida. Gracias al mar y a ti mi alma se amansa, se duerme feliz ante tanta belleza.
Y ahora, Luna, déjame que te hable del mar. El mar frente a la nada, rodeando un territorio vasto, sin raíces, creando playas oscuras adonde van a morir sus aguas mansas. El mar azul que con el gris de la tierra crea una maravillosa simbología de la propia existencia. La muerte y la vida conviviendo en un matrimonio que nada podrá derrotar, juntas para siempre en un único cuadro que representa la existencia.
Iba por una colina de lava contemplando la tierra retorcida, la tierra con la mueca del último adiós en sus terrones, y al subir por la carretera angosta y estrecha, llegué a la cúspide y vi el mar. Me quedé en silencio mirando el mar. Me alejé de la gente y me senté en una roca. Sólo quería que su lento movimiento lleno de grandeza y presencia me llevara lejos, caer rendido en su belleza, dejar que mis ojos fueran poseídos por su inmensidad , y cuando más perdido estaba en sus espumas lejanas, el mar me llevo a ti. Me llamaste dentro de mi mente Luna. Pensé en tus ojos oscuros, en tu voz decidida, en tu rostro de niña curiosa, en ese deje de leve enfado que tienes cuando imaginas que algún día te olvidaré, y en tus labios carnosos y en tu piel morena de princesa árabe que imaginan encontrar los guerreros en su imposible paraíso.
Estaba frente al mar, sobre la ceniza de la vida ya apagada, sintiendo una belleza que sólo los paisajes más enigmáticos poseen y me vi pensando en ti. Nuestras conversaciones vibraban todavía en los baúles ocultos de mi memoria. Pensé en lo hermoso que era sentirte vivir en mi mente, que llenaras de vida aquel cuadro que creaban la ceniza lunática y los volcanes.
Sí, en Lanzarote pensé en ti. Estuve con mucha gente pero sentí que la ceniza, el mar y tú vivisteis en mi corazón. Anduve arriba y abajo, hablé con unos y con otras, pero en el fondo de mi alma sólo estuve con la ceniza, el mar y contigo, princesa de ojos negros, niña de mis sueños literarios, sombra de una historia que nunca sucederá.
Y si me mojé en las espumas y en las olas del mar, dejándome llevar por ellas, y si dejé que el salitre llenara mi piel del polvo blanco de las olas, y si toqué las cenizas con mis dedos asombrados por su suavidad de muerte hermosa, fue porque todo ello mezclado con tu recuerdo me hacía comprender la vida cuando estaba comprendiendo la muerte.
Quiero tenerte en mis brazos, niña de luz, y hablarte de lo parecida que eres al mar y a una isla hermosa. Susurrarte al oído que el día que te abrace serás una diosa que nace de las espumas, como Venus, y que tus ojos serenos y oscuros tendrán para mí la placidez de las enormes llanuras de Lanzarote, niña mía de ojos oscuros que me esperas escondida en la muerte.