10/01/2022 - 00:05 h.
Amira, aquí, en esta llanura en que vivo, el frío encuentra siempre como meterse por la ropa hasta llegar a la carne y luego al hueso. Cuando hay sol se retrae escondido detrás de los pocos árboles que quedan (cuatro anémicos y uno frondoso nadie sabe por qué) esperando que el sol se vaya para salir a encoger todo lo que encuentre por el campo.
Suele encontrarnos a mi perro y a mi despistados por un camino, admirando la soledad, embobados en el crepúsculo de La Mancha, que por la limpieza del cielo y el aire de cristal que tienen las pocas nubes que hay, dicen que es de los mejores que existen. Nosotros nos abrigamos bien, escamados por muchas batallas perdidas, pero el frío siempre encuentra un pasadizo para meterse dentro y hacernos temblar.
Te cuento esto Amira porque acabo de llegar del campo con un hambre insaciable de escribir, y tieso como un chupón, no veas lo que me está costando escribir, porque apenas puedo mover los dedos, y sabes que aunque la escritura es cosa de cabeza, también es cosa de dedos. Hay días en que, ágiles, predispuestos, como si tuviesen vida propia, se ponen solos a teclear y tú miras cómo van saliendo las palabras y formando oraciones que tienen sentido una vez que se han escrito. Creo que así me escribes, Amira, diciéndome que me lees mucho, que incluso dejas ocupaciones habituales perdida en mis palabras, y yo te digo que quiero convertirte en una mujer ideal que vive dentro de mí. Yo te he creado Amira y tú lo sabes, y sé que te gusta vivir en mis labios.
Pero los tengo helados, y quiero decir ciento de veces tu nombre para que se vuelvan más rojos y tengan el calor de tus senos. Deja que mis labios vayan a tus senos Amira, y recobrarán la vida. Mírame en esa fotografía Amira. ¿No ves una tristeza hundida en los ojos? El frío, el viento, el alma del resplandor del atardecer, todo me decía que si estuviera desnudo a tu lado un calor sin nombre nos enlazaría para dormir desnudos y abrigados por el fuego que hay en lo más profundo de nuestros cuerpos.