29/06/2022 - 00:00 h.
Noche de junio oscura, 29
Éste es para mí uno de los más enigmáticos y hermosos poemas de la literatura española:
VIDA
Después de todo, todo ha sido nada,
a pesar de que un día lo fue todo.
Después de nada, o después de todo,
supe que todo no era más que nada.
Gritó "¡Todo"!, y el eco dice "¡Nada!".
Grito "¡Nada!", y el eco dice "¡Todo!".
Ahora sé que la nada lo era todo
y todo era ceniza de la nada.
No queda nada de lo que fue nada.
(Era ilusión lo que creía a todo
y que, en definitiva, era la nada.)
Qué más da que la nada fuera nada,
si más nada será, después de todo,
después de tanto todo para nada.
Lo escribió uno de los poetas que más admiro y más me ha influido en mi poesía, José Hierro.
Pertenece, es el último poema, a su libro más conocido, Poeta en Nueva York, uno de los más importantes de la historia de la poesía hispanoamericana. Lo hermoso del libro lo ha desvelado mi hermano, el poeta Dionisio Cañas, y es la relación que existe entre muchos de sus poemas (creo que sobre todo éste, Vida) y su amor (gente pacata diría amante) Doris, como nos contó en su entrevista en El Mundo, titulada El secreto neoyorkino de José Hierro, en la que nos dice que "Detrás de los versos de Cuaderno de Nueva York late la relación amorosa que el poeta mantuvo con la profesora Doris R. Schnabel (adjunto una fotografía de ambos), amor que se mantuvo en el tiempo, pero no llegó al altar de una iglesia.
Mi hermano Dionisio Cañas me dio el dibujo que Hierro (era un gran dibujante) regaló a Doris (él firma como don Pedro, debía llamarle ella así), así como el libro dedicado a su compañero (otro amor pecaminoso para los pacatos y pacatas) José Olivio Jiménez, catedrático de Literatura Hispanoamericana en la Universidad de Columbia.
José Hierro se alojó muchas veces en el piso donde vivían José Olivio y Dionisio, y le dedicó el libro de la bella manera que aquí os muestro.
El regalo de mi hermano Dionisio es como agradecimiento a la antología Lugar que realicé sobre sus poemas, y al estudio inicial en el que profundicé en sus versos, y a un Epílogo que, con Madre, es de lo mejor que he escrito.
Lo que más me admira de esta historia es que el amor de ambos se mantuvo siempre vivo, y ella supo valorar la vida que obtuvo dentro de los poemas de un gran poeta. Entendió que a los verdaderos poetas hay que dejarlos, sobre todo, que conviertan lo que viven en poesía y no enredarlos en la estrecha miseria de la costumbre.
Esto que aquí cuento es historia de la Literatura Española, y me siento un privilegiado por tener, gracias a Dionisio, este cuadro y este libro que Hierro regaló a José Olivio.