Domingo azul, lento, triste, meditabundo...

Estoy convencido como un niño de que el dolor se extinguirá y allanará, que toda la indignante farsa de las humanas contradicciones se disipará, cual lamentable espejismo, cual ruin manifestación de la humana ecludiana razón; que finalmente, al término del Universo, en el momento de la eterna armonía, ocurrirá y surgirá algo hasta tal punto preciado, que bastará a todos los corazones, calmará todos los descontentos, redimirá todos los crímenes de las criaturas, toda la sangre por ellas vertida, haciendo que no sólo resulte posible perdonar, sino justificar todo lo sucedido entre los hombres. (Iván). (Fedor Dostoyevski. "Los hermanos Karamasov").

Estas palabras de Dostoyevski que leo mientras el viento algo fresco de septiembre me despierta valen por una religión, por cualquiera... valen por una Biblia o un Corán, valen por todas las leyendas que a lo largo de la historia han creado una esperanza, valen por toda la luz del universo dirigiéndose a una desconocida eternidad, son suficientes para sentir, porque conocer es imposible, que habrá una eterna armonía. Quizá una mano inmensa con el tacto de Dios llegó a su mente y le dijo: ¡Escríbelas Fedor!, escríbelas dentro de tu interminable dolor, de tu angustia, de tu desesperanza, del dolor de tu existencia, escríbelas Fedor, arráncatelas de dentro y cree en ellas.