16/06/2024
En la noria del tiempo estamos siempre repitiéndolo todo. Nos bañamos muchas veces en el mismo río y, aunque las aguas son distintas, la identidad del paisaje y la situación nos lleva siempre al mismo sitio. Es el eterno retorno de Nietzsche pasado por un reality caduco y miserable, en el que la filosofía se ha convertido en desprecio e insulto. Damos un salto y nos encontramos en el siglo XIX, por ejemplo en el enfrentamiento intelectual (hoy lo de intelectual lo pongo entre comillas) entre Marx y Engels defendiendo el colectivismo y Max Stirner el individualismo, con la obra El único y su propiedad y el Egoísmo Integral como teoría central de su pensamiento. Es la visión del Estado, la Iglesia, la Sociedad, Hacienda, como enemigos del ser humano, pues coartan su libertad haciéndole pagar un peaje de solidaridad vía impuestos. El principio de que los derechos de cada uno acaban donde comienzan los derechos de los demás salta por los aires. La palabra egoísmo era negativa, como un desprecio a la convivencia, y ahora es un derecho individual capaz de volver a convertir la sociedad en una selva en la que "sálvese el que pueda", y el que no, a chapotear en el suburbio y el barro.
Hemos vuelto a la Thatcher y el Reagan, a ese Milthon Friedman contra Keynes, y esa tesis de que es el mercado y no el estado quien puede sostener no sólo el crecimiento, sino también la justicia social. Incluso esa percepción de que el mercado global es un excelente antibiótico contra la infección de la guerra bizquea, pues el populismo ultra que nos ocupa apuesta por el proteccionismo y el cierre de fronteras. Aquello de sentirnos ciudadanos del mundo se acabó. Se quiere imponer una blancura pasada, por mucho que quieran obviarlo, por un persistente mestizaje.
Sostener los engranajes de una sociedad que aspira a ser justa y compasiva es un robo, es coartar la libertad individual. Esa es una de las columnas de la estrambótica derecha populista. Otra es estigmatizar la inmigración considerándola como una peste que deforma la pureza racial. Por supuesto que el descontrol es un problema, pero bien sabe Dios lo necesarios que van a ser los inmigrantes para poder pagar las futuras pensiones europeas. Otra columna es la contradicción entre la deseada grandeza del Estado y la intención de reducirlo a la irrelevancia, como dice con ardor el pendenciero Milei. Puedo aceptar que la volatilidad del presente necesita un reformismo persistente, pero no destrozarlo todo sin alternativas, salvo las del circo mediático y el caos institucional. Eso, seguro, no nos va a dar de comer a la mayoría, aunque, sin embargo, podrá mantenernos entretenidos.
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