28/07/2024
No estoy en contra del nacionalismo, aunque piense que es una aspiración de siglos pasados que ha removido la globalización. Primero porque exalta lo universal y de ello ha de venir por lógica la promoción de lo local. Segundo porque las crisis económicas suelen estar ligadas a fenómenos globales especulativos, en los que el sistema manifiesta sus contradicciones al pretender una libertad al capital que deviene en libertinaje, al reivindicar esa selva en la que los débiles mueren y solo sobreviven los fuertes. Además los controles social demócratas, o del centro derecha, no tienen credibilidad porque ambas, con enormes casos de corrupción, han decepcionado a gran parte de la sociedad.
Peter Turchín, Élites, contraélites y el camino a la desintegración política, lo explica muy bien diciendo que cuando los salarios reales crecen menos que la economía y aumentan las élites, los ricos (Thomas Piketty), el sistema recibe cientos de misiles del mismo pueblo y de los que no caben en el poder del sistema, siendo élites.
De ahí, de esa decepción, que afecta a muchos ciudadanos por diversas razones, pobreza, seguridad, ausencia de futuro, dos movimientos que en el pasado han llevado al mundo a la catástrofe pescan en río revuelto. El populismo y el nacionalismo. En el primero tiene más éxito ahora el de derechas. Antes lo tuvo el de izquierdas y todavía queda sobre todo en América Latina. Pongo como ejemplo el rutilante y esperpéntico chavismo. El de derechas está claro, como se percibe en Europa, una ultraderecha con una propuesta antisistema sin que sepamos cuál sería el recambio, como siempre, salvo la divina lucidez del líder que enlaza con lo peor del imperio romano autócrata.
Y luego está el nacionalismo, que como en el colesterol hay uno bueno y otro malo. El primero parte de un axioma socialmente positivo. En Cataluña antes lo representaba el catalanismo, ahora engullido por los voraces colmillos de los independentistas. Tarradellas fue catalanista. Decía aquello que dijo mucho antes Gaziel, que lo que es bueno para España es bueno para Cataluña, y viceversa.
El otro lo lidera el patriarca Puigdemont, que manifiesta con claridad que lo que es bueno para España no es bueno para Cataluña. Su Arcadia ideal nace del caos y la descomposición de España, ya que es la única manera que emerja como salvador su liderazgo frente al hundimiento.
Por ello, y porque prometió dejar la política si no era presidente (sobre esto ya ha hecho manifestación desdiciéndose) va a hacer todo lo posible para truncar el pacto con ERC. Quiere llegar al corazón de lo que son antes nacionalistas que socialistas. Es uno de más de esa gente, para mí despreciable, que cifra su victoria en el fracaso de otros, no en convencer con tus propias virtudes.
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