02/02/2025

CONSENSO

Hace poco en el PSOE y en el PP saltaron las alarmas. Surgió una voz multitudinaria contra el bipartidismo y Ciudadanos y Podemos se vieron como una alternativa real. Por la derecha el político más volátil de la historia de España, Albert Rivera, se sintió el depositario de los valores conservadores. Si se había sentido reo de la utilidad por ser una buena bisagra entonces se vio de macho alfa de la derecha, el caballo ganador y el chico del Ibex-35. Despreció un posible pacto socialdemócrata en el Gobierno Central que le habría convertido en vicepresidente, y habría llevado la deriva de la política nacional al centro izquierda. De aquella soberbia nos vienen estos lodos, y que tengamos que aguantar al político más locuelo de Europa, Carles Puigdemont. Y que vayamos cuesta abajo y sin frenos hacia un federalismo tortura.

Por la izquierda Pablo Iglesias se convirtió en caballero andante. Se le iluminaron los ojos un día quizá después de ver Alicia en el país de las maravillas y como el profeta Josué, sucesor de Moisés, dijo a su grey de conquistar los cielos, como si fueran la tierra prometida. Ese sí fue vicepresidente, pero ejerció en el gobierno más como tábano junónico (o mosca cajonera) que como ministro. De los cielos bajó a Madrid (al revés que la sentencia) y al final no conquistó nada salvo un excelente chalet en Galapagar.

El bipartidismo se sostuvo, aunque ahora vaga por el futuro imperfecto de su gramática, pues unos tienen a los ultras de agarradero y otros a partidos independentistas. Y a unos los machacan y a otros los humillan. Pero ni por ésas el PP y el PSOE caen en la cuenta de que se necesitan, y necesita España, que en algunas "cosillas" de estado pacten. Pero se sienten tan contrarios que huyen de lo que tienen en común. El decreto ómnibus ha sido un ejemplo. Unos querían que los otros votaran en contra y los otros votaron en contra para joder al gobierno.

El PP ha perdido una clara ocasión para decir con hechos que le importa más la gente que hacer oposición. Habría demostrado un sentido de estado necesario, el que los ciudadanos exigen. Habría dejado al PSOE desconcertado y a Puigdemont con el flequillo torcido. Además de sembrar grano robusto para el futuro.


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