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DE UMBRÍA

01/01/1998 - ISBN: 84-7789-128-1

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DE UMBRÍA
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Sinopsis

Estamos ante un poemario de especial riqueza expresiva, donde se mezcla la visión de un mundo sereno y luminoso con otro trágico y apocalíptico, con versos de auténtica profundidad y altura, donde destaca el gozo poético, la lucidez y la fuerza con que recrea sus paisajes ya sean interiores o exteriores; una poesía desatenta a las modas y heredera de la mejor tradición lírica española.

Ahora, cuando he tenido ocasión de abrir este libro que el lector tiene entre sus manos, cuando el periodista testigo de tantas vidas ajenas recoge su mirada y se asoma al interior de su alma de poeta, me he reafirmado en muchas de las cosas que creía ver detrás de la prosa escéptica y cínica, y por encima de teodo ello -repito- irónica...

Francisco Rosell
Sevilla, octubre de 1998

Resumen

"Tres cosas pueden hacer feliz a un humano: un libro, un buen amigo y un huerto umbrío"

Azorín, España, hombres y paisajes

PÓRTICO/OTOÑAL

Escribo al dictado del sosiego nocturno, desde la necesidad de vestir con un atrio urgente el edificio de los versos. Escribo después de haber leído el libro y no sé bien si lo hago para hablarme a mi mismo o para dejar en la retina del lector algunas confidencias que horaden el hielo inicial del desconocimiento. Gil de Biedma decía que no sabía bien si poemaba para sí o para los otros. Da igual. Lo importante es la literatura. Que exista el poema. Lo demás no importa. Yo he leído como si fuese un lector desconocido. Y me han entrado deseos de construir un pórtico de palabras inmediatas como consecuencia de la asunción inevitable de unos versos escritos en el verano del 97, y por la agitación de unas citas de lecturas que entonces bullían en mi cabeza, aún vivas extrañamente. Otra razón del preludio es la necesidad que tiene el yo borgiano que ahora firma, de estar también en la edición amable del libro por la BAM. Tampoco puedo negar que amo los preludios, esos calentones literarios de los cuales abusaban los clásicos medievales. Justificaciones, dedicatorias que abrían el apetito para la degustación de las páginas inminentes, como la vieja quina de la infancia nos habría las hambres recelosas.

Aquí la dedicatoria ya está hecha en la primera página, sin más palabras que las necesarias, y en cuanto a la justificación del deseo voraz de la escritura, seguro que está en ese océano de sensaciones casi inhumanas que sentí al escribir los poemas, un hormigueo lívido que aún me transita como una danza fugaz en las entrañas. Una sensación de fertilidad del otoño que me imbuía en aquel tiempo, aunque fuese veraniego. Y es que yo confío en la gente que ama el otoño. Suele ser gente frágil, de benigna semblanza interior, de fascinación por la plenitud, o por la incógnita de la plenitud, esa duda que es la sabia de la vida. Yo fío mucho en la gente que ama el otoño. Y me gusta leer en las tardes nubladas, con la tranquilidad del tiempo semioscuro, esas grandes páginas del otoño que han escrito los grandes autores. Oh mundo del estío y del otoño, de muerte y nacimiento, dice Borges en un ensayo sobre Eliot. Hierro y su caballero de otoño, mágica exaltación de la inasible brevedad de la constancia del amor. Gil de Biedma y el jardín que parece saqueado por las fuerzas demoledoras del destino. Saramago o el rumor inefable de unos pasos humanos caminando sobre una alfombra de hojas caídas, debajo de árboles que se van desnudando despacio, como alguien que acabó su trabajo y busca un lugar donde dormir.

De Lorca me gusta sobre todo su literatura primeriza, la más plena y otoñal. El Lorca inédito de las "Místicas". Leo su prosa intimísima bajo la tarde grisácea y me quedan bailando en la mente frases misteriosas. El aire se llena de olores, de aguas y de alcobas de niñas pálidas. Las mujeres tienen carnes imposibles y labios de miel y de flor campesina. Vuelve a recordar el mar sin orillas de tu alma. Te amo tanto que tengo miedo de no hallarte luego en la eternidad. Frases hermosas que viven por sí mismas en mi mente entregada. Miraba la tarde fría y nublada de octubre, oía el sonido taciturno de las orquestas del paisaje y pensaba que era increíble que tanta pureza sentimental pudiera haber quedado inédita por alguna inexpugnable razón de la historia. Quiero al Lorca solitario que me acompaña en el tránsito a la belleza sombría de una tarde nublada.

El otoño, con su perfil de barrio solitario, con su plasmación en el ocre de las avenidas, con su herida de liturgia amarilla, heraldo que nos presagia el viento de la eternidad. El otoño como concesión de la hermosura, como estancia de la tristeza, como el umbral presentido por el espíritu ardiente, forjado en el tapiz de una alfombra movil y sinuosa que se extiende ante la llanura del enigma. Darío escribia autumnal y luego nos contaba que en las pálidas tardes yerran nubes tranquilas en el azul, que en las ardientes manos se posan las cabezas pensativas. Rubén antepone la música a la desavenencia, la bella caricia del desfile de las heridas al silencio del paisaje. Pla escribía muchas veces otoñada, obstinado en el placer físico de la contemplación de un paisaje en el cual todo lo pequeño, ordenado, aseado y amable se entrega como una hermosa mujer derrotada.

Es la del otoño la más hermosa sonata de Valle, la que comienza con el aliento de la muerte en una sintesis del pasado y el futuro. Luego Valle, en sus "Jardines umbríos", habla de la vieja doncella que se pasaba las horas hilando en el hueco de una ventana, contando historias de almas en pena, de duendes y ladrones, historias otoñales que después se levantarían en su memoria, como si un viento silencioso y frío pasase sobre ellas con el largo murmullo de las hojas secas, ¡el murmullo de un viejo jardín abandonado! Un jardín umbrío.

El otoño es el presagio feliz de una tenue oscuridad luminosa, esperando con su mensaje escondido. Sí, una paradoja. El tempo lento que se convierte en allegro. Un allegro que danza muy dentro. Como si la tristeza pudiera ser un estadio de templanza y alegría, una explosión de literatura encantada por la eternidad. Eso es. Una explosión de literatura. Páginas otoñales que implican un fugaz armisticio entre el escritor y la existencia. Cómo no recordar la hermosura innegable que el mes de octubre insta en la carne y en la tierra en el sentir de Borges. O la amargura dorada del penúltimo paisaje profundo de Miró. Ese otoño de Bufalino, de Egido, que asoma en la postrer ascua del tiempo y hace tremolar las antenas más altas de los edificios o los secarrales de los paisajes castellanos, esto último, como una bruma juanramoniana en Egido. Las últimas páginas inmensas de Flaubert, Turgueniev, o el mismísimo Prousts, escanciando la belleza de la enfermiza tendencia hacia la tristeza y el aislamiento. Plaifant repos, plein de tranquilité, calma apacible, plena de tranquilidad, dice Louise Labe, en uno de sus sonetos más enigmáticos.

Hay un otoño interior que nos alumbra la nostalgia indefinible, que enseña un camino subterraneo distendiéndose en la belleza. Yo alimento ese otoño profundo con poesía, o con fugaces bríos de acetilsalicílico efervescente cuando el cielo se hace como un cuadro de Van Ghot y me duele la cabeza. Luego me dejo vencer, como Sarrión, por la fragancia otoñal de las hojas caídas que aceptan su destino. O caigo preso de la bruma diligente de las arias otoñales de Juan Ramón, sol interno de otoño, pásame con tu tristeza, invade mi cuerpo entregado con tus hebras de poesía.

El otoño me acelera la sangre como la lluvia acelera la sabia de los nogales más increíbles de La Mancha. El otoño. Los primeros cobres altos en los castaños. Los ocres ratizos de los pámpanos. Fuego petrificado en el lindero de los abedules. La música pálida del robledal. El amarillo litúrgico de las avenidas calladas. La copa de oro mustio de los castañares. El milagro de los chopos. El otoño. La vida. Poesía reencontrada. Poesía que regresa a mi vida.

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