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SOBRE EL VOLCAN LA FLOR

05/03/2009 - ISBN: 978-84-7789-257-1

Bliblioteca de Autores Manchegos

SOBRE EL VOLCAN LA FLOR
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Sinopsis

ESCRIBIR LA SOMBRA: EL IDIOMA EXTRANJERO
JESÚS BARRAJÓN

Diez años después de la publicación de De Umbría (1998), publicado en esta misma colección de la Biblioteca de Autores Manchegos, Manuel Juliá publica su segundo libro de poemas. Debo comenzar confesando que hasta hace poco más de un año yo no conocía al autor y que mi desconocimiento sobre su vida y su obra era casi total. No sabía que hubiera colaborado regularmente en Diario 16 y El mundo de Andalucía ni que hubiera recogido parte de esos artículos en el volumen Intemporal; ni que hubiera publicado seis relatos con el título de Narraciones manchegas; ni que hubiera dado a la imprenta dos amplios estudios sobre el desarrollo rural. Únicamente había leído De umbría y lo había hecho sin la suficiente calma. A este desconocimiento mío se debe parte de la sorpresa que me produjo la lectura de este libro. Lo leí como asesor de la convocatoria anual de la Diputación Provincial para la BAM. Recuerdo bien la excelente impresión que el libro me causó: su profundidad, su altura poética, la sensación clara de que estaba ante la obra de un buen poeta. Cuando preparé el prólogo pude comprobar que lo que había sido la impresión de una primera lectura se confirmaba y acrecentaba conforme iba adentrándome en la estructura del libro y en el significado de sus poemas. Juliá ha escrito un libro verdaderamente profundo alrededor del tema del vacío, del desconcierto y la muerte –el volcán al que se alude en el título-, pero también del recuerdo y la escritura del recuerdo como salvación –la flor.

El libro viene precedido de una cita de Hegel en la que el filósofo alemán completa el conocido fragmento 76 de Heráclito: "El fuego vive la muerte de la tierra, y el aire vive la muerte del fuego, el agua vive la muerte del aire; la tierra, la del agua […] Porque es muerte de la tierra hacerse agua, muerte del agua hacerse aire, y del aire, el fuego, y así otra vez de nuevo". La cita y su pensamiento tan típicamente presocrático nos previene y nos guía; nos sitúa en el espacio de nuestra propia transformación y por lo tanto, de nuestra conciencia de la muerte. Otra de las citas de las que se vale Juliá en su obra nos habla claramente de ello: "Now is past"; "ahora es pasado". Su autor, el poeta inglés John Clare

La angustia, el lamento y la aceptación son las voces con las que Juliá nombra esta certeza. El protagonista de sus poemas contempla la vida que ha sido desde la posición de quien mira una vida ya concluida porque todo es pasado. En el poema "Epitafio" se nos ofrece la imagen de un yo que vive en la profundidad de un abismo desde el que observa, antes de ser derrotado por el tiempo, lo que hay fuera y detrás de sí, y afirma:

Ahora sé que la vida fue mentira
sé que hay algo que nunca pude imaginar
una barca que flota donde el mar no existe

En otro poema, "Valle sagrado", leemos:

Vamos caminando
sin mirar atrás, sosteniendo en vilo
el propio peso de las sombras que empujan
hacia un abismo que se vuelve de cristal
y guardan recuerdos que nunca
deberían haberse quedado
en el filo del silencio. Con estos ojos jamás veremos
el valle sagrado de las alturas
y las fuentes que sueltan en la selva
ríos de sueños desesperándose
por comenzar su batalla
en cualquier instante de este vivir desterrado.

Esas dos imágenes centrales, la de las sombras que empujan al abismo y, sobre todo, la de ese "vivir desterrado" nos dan cuenta de la posición desde la que Juliá dibuja los diversos senderos por los que hace caminar la voz de este habitante desterrado al filo del abismo.

Uno de ellos es el del recuerdo mismo. El recuerdo que puede ser dolor por la conciencia de lo perdido, como en el poema "Minos": "Pude amarte en Creta, y no te amé"; pero también un espacio donde revivir, aún a modo de representación, la calidez de lo que fue la vida. Uno de los poemas más conmovedores del libro, en mi opinión, es "Metamorfosis", en el que se nos presenta la imagen de un niño solo que juega con un gato herido y "no tiene miedo y le acaricia las garras", ajeno aún al momento en el que "los gatos serán tigres yendo y viniendo" y los paisajes nocturnos "chispazos de ausencia". Ese niño, imagen de su vida recuperada por el propio poeta, se convierte en posibilidad soñada capaz de negar la muerte:

Está buscando olas largas, no le despiertes
no le seques las lágrimas, no le toques los sueños
déjale que se pierda para que no pueda encontrarse
que se asome para siempre a su mundo insolvente
y que gaste zapatos que vuelen por las nubes
hasta alcanzar un trozo de mar en los tejados

Son salvaciones en el recuerdo que el poeta se ofrece y nos ofrece. La dureza de la conciencia del vacío se agrieta frecuentemente y se ablanda en esos espacios salvadores del recuerdo o se convierte en una especie de confesión y súplica a través de la que se expresa el deseo de permanecer en la batalla. El mismo hablante que en "Epitafio" hablaba desde el mundo de las sombras y comprobaba que la vida había sido mentira, es el que en uno de los poemas más logrados de Sobre el volcán la flor, "El sueño del arqueólogo", comunica que, a pesar de todo, siente amor por lo que es la vida. Creo que en los versos que voy a leer hallamos uno de los centros de este libro:

Completamente entregado
a devaneos que libran una batalla sin fuerza
en estas galerías de la zona oscura
no deseo que la batalla finalice amor o dios mío
me he acostumbrado a esa radiante
oscuridad de los días abatidos
a tus sedas de frío
que se quedan en la mitad de mi vida
mientras se transparentan tus pensamientos
en una especie de dulce inmortalidad.

Reparemos en ese "No deseo que la batalla finalice amor o dios mío"; o en ese "Me he acostumbrado a esa radiante oscuridad"

Otro de los caminos de salvación que se abre desde la certeza de ese "vivir desterrado" al que aludí, es el de la escritura. Destaco, en ese sentido, en el prólogo que escribí, y lo hago ahora también, un poema que me parece importante para entender la voluntad del poeta. Es "Aún queda", donde se nos conduce hasta las cosas que aún permanecen y deben ser nombradas:

aún queda una multitud de cuerpos que se oyen cantar
rostros que murieron sin haber comenzado
a florecer en la orilla, a lo lejos todavía
mientras se estaban acabando

y queda concebir un mar
con todas las palabras que no comenzaron

Me recuerdan las palabras de Rilke en el Libro de las horas: "Creo en lo que aún no ha sido dicho". Aunque con intención diferente a la del poeta alemán, uno y otro terminan fundamentando su creencia en el poder salvador de la palabra para constituir una realidad habitable.

Cuando hace unos días leía los artículos que componen Cuarenta latidos, publicado hace unas semanas, me encontré con la sorpresa de que habían sido escritos con una intención poética tan clara como la de Sobre el volcán la flor. Son dos libros que podrían leerse conjuntamente y mutuamente se darían luz y nos la darían, Muchos de los asuntos, incluso muchos de las expresiones se reiteran dando a entender que han sido escritos en un mismo período y con una misma intención. En uno de ellos, "Un lugar en el polvo de la tierra", encontré pensamientos que aclaran aspectos que la formulación poética de Sobre el volcán la flor presenta más oscuras; éstos por ejemplo: "miro el cielo de vez en cuando y me pregunto, intentando en el fondo preguntar a algo desconocido que presiento vive dentro de mí, sobre la certeza del universo. Observo también esa permanente relación entre la pequeñez y la inmensidad. Voltaire lo explica de maravilla en el cuento Micromegas. La pequeñez no es otra cosa que bajar los ojos y ver el entorno como si fuese un mundo que comienza y acaba en sí mismo. Y elevarlos es ver la inmensidad y comprender que nadie sabe realmente en dónde comienzan las fronteras, que nadie tiene otra cosa que un lugar en el polvo de la tierra".En otro de esos artículos, "Quizá", encontré una frase que resume, en mi opinión, el sentido desde el que esos dos libros han sido escritos: "Hay belleza en todo, hasta en el cuerpo frío y amargo de la luna, que huele a ceniza". El buen dios quiere que sepamos que nada muere definitivamente. Quizá". Las dos citas nos hablan, sobre todo, de la duda; y de cómo, en medio de ellas, inexplicable pero de modo certero y absoluto, asoma la belleza.

La belleza del mundo y la que es capaz de crear la palabra. La que emplea Juliá se hunde en San Juan de la Cruz, en Bécquer (es un verso suyo el que da título al libro), en Gérard de Nerval, en Antonio Machado, en Auden o en José Hierro, en Claudio Rodríguez. Como profesor tiendo a la labor clasificadora del entomólogo, pero me fallan los utensilios que manejo para aplicarlos a esta poesía. No sabría decir si pertenece a ésta o aquélla línea poética, ni clasificarlo en generaciones. Algo más joven que Dionisio Cañas y, sobre todo habiendo publicado su primer libro de poemas en 1998, no pertenecería a la generación de 1970. Pero tampoco responde a las etiquetas de poesía neosurrealista, de la experiencia, metafísica, neopurista o del silencio que se ha aplicado a los poetas que publican su obra en las décadas de los 80 y los 90. Renuncio a la tarea de poner un adjetivo que lo incluya en ninguna categoría y les aconsejo leerlo como siempre debiera hacerse: desde la calma de quien está descubriendo el mundo de otro que tiene algo que decirse y que decirle al lector.

En cualquier caso, lo que sí sé es que está escrita desde un profundo conocimiento poético, pero también desde la necesidad y la libertad de quien sobre todo trata de expresar una emoción y un pensamiento. El que de forma tan personal y acertada encierran los poemas de Sobre el volcán la flor"

Jesús Barrajón es profesor de literatura en la Universidad de Castilla La-Mancha


CUANDO LAS CENIZAS FLORECEN
Para Manuel Juliá

Hermano Manuel, en tu corazón hay flores extrañas que nadie recoge, mueren como muere la primavera, porque llega el calor del verano: un fuego que madura los frutos pero que es un castigo para las indefensas floraciones de la poesía.

Así tu libro, SOBRE EL VOLCÁN LA FLOR, que es la celebración y el triunfo de la vida sobre la lava de la muerte; aunque su ceniza será siempre hermosa, como ese polvo enamorado del que habla Quevedo.

Otro asunto sería saber si la flor es el resultado final de una erupción, y estoy hablando de la erupción de la escritura, del poema, o simplemente el anuncio más perfecto y hermoso de la Muerte.

Vendrán más libros, y tendrán sentido. Vendrá el viento y soplará sobre las flores y sobre las cenizas del volcán. Habrá más olvido que memoria (el lujo y la memoria son dos cosas que terminan pronto), un paisaje desolador y desierto. Pero sin duda vivir es siempre una travesía solitaria y exaltante (a pesar del dolor), la poesía nos ayuda a caminar entre los escombros de nuestra vida; una vida que para ti es amar y ser amado, es escribir e inscribirte en el fluir del tiempo con tus poemas; y el tiempo estará siempre ahí, para quien quiera leerlo.

Dionisio Cañas
Tomelloso, 26 de marzo del 2009

Resumen

DOS POEMAS DE "SOBRE EL VOLCÁN LA FLOR"


METAMORFOSIS

Allí está ese niño solo jugando con un gato herido
no tiene miedo y le acaricia las garras
mientras el gato esconde toda su sed de violencia
en un corralón quemado por los momentos que se extinguen.

Allí está ese niño quieto en su puesto de centinela del futuro
mirando la estela azul de un cielo que ya no le mira
mientras cierra los ojos para sentir
que en la profundidad de los días venideros
los gatos serán tigres yendo y viniendo, los paisajes nocturnos
chispazos de ausencia
de lo que será después, en la última casa.

Ahí está ese niño acariciando el crepúsculo en su almohada
rodeado de gatos que esconden con aullidos hermosos
su fragilidad itinerante
ese alma con demasiadas presencias
destinadas a irse por un volcán que no vibra
porque no queda espacio.

Está buscando olas largas, no le despiertes
no le seques las lágrimas, no le toques los sueños
déjale que se pierda para que no pueda encontrarse
que se asome para siempre a su mundo insolvente
y que gaste zapatos que vuelen por las nubes
hasta alcanzar un trozo de mar en los tejados.


TODO LO QUE RECUERDO

Todo lo que recuerdo
es que recuerdo demasiado poco
que demasiadas cosas se quedaron en medio del camino
y ahora no puedo describir
por qué no continuaron hasta perder el aliento
cerca de la estación abandonada
por qué no reclamaron a las cumbres inmortales
su derecho absoluto a existir
su gobierno sobre los límites imposibles

sólo recuerdo que nada se conserva en la memoria
salvo la omnipotencia
de una ausencia que circula abandonada
buscando otras habitaciones distintas
cosas que nunca existieron
lámparas que el polvo no pudo quemar
porque nunca la luz
encontró la manera de volver a existir entre las sombras

al fin sólo imagino, frente a este gesto
de frontera sin sentido
demasiados cuerpos que se hacen multitud
de rostros extraños invadiendo el aire tibio
a través de una música sobrehumana.

Todo lo que ya no recuerdo está avanzando
como un ejército sin batalla hasta su propio nacimiento
en el que brotan nuevas voces tardías
nuevas imágenes que ya no quieren vivir
para no volver así hasta la muerte


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