01/03/2010 - ISBN: 978-84-7517-962-9
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El lugar de Dionisio Cañas en la poesía española
Dionisio Cañas es un poeta de difícil, por no decir imposible, clasificación en los diversos movimientos que se suceden en España durante el tiempo de su producción poética. Quizá la primera tentación sería la de clasificarlo en lo que se ha llamado poesía de la experiencia, pero si lo comparamos con algunos de los poetas líderes de esta tendencia, observamos que su vigencia vanguardista casa mal con esa estética, además de que Dionisio Cañas, como ya observara José Olivio Jiménez, no busca la trascripción literal de ésta o de aquella anécdota, sino la trascripción literal de lo vivido, por irracional la vida pueda a ser a veces. No es en consecuencia un poeta de la experiencia, sino un poeta de la vida, acepción que considero más apropiada y amplia. Y su lugar dentro del panorama nacional creo que es el de una isla solitaria, cuestión que es lógica si tenemos en cuenta que gran parte de su producción poética se ha desarrollado en la ciudad de Nueva York, y que en Francia se forjó su sensibilidad adolescente, y por tanto su literatura se encuentra más cerca de la literatura iberoamericana o francesa que de la española, salvo en los libros primerizos. La poesía de Walt Witman y la Stephane Mallarmé vibran por sus textos como fuentes de riqueza expresiva. El poema 31 de Hojas de hierba, del americano, es un buen ejemplo de esa unidad creativa que nos entrega: "Creo que una hoja de hierba no es menos que la trayectoria de las estrellas/ y que la hormiga es igualmente perfecta; y el grano de arena y el huevo del reyezuelo/y que el sapo es una chef d'oeuvre de las mayores/ y que la zarzamora podría adornar los salones celestiales…"
El concepto de estilo que desarrolla Dionisio Cañas está basado en la ausencia de un estilo permanente, más bien en la presencia de diversos estilos que se van acomodando a las necesidades expresivas de lo que el poeta quiere decir. Como ha escrito en su ensayo "El mono temático": "los poetas que tienen un estilo y una coherencia temática, los poetas que son un mono temático, han traicionado a la vida: se repiten porque les da miedo la dispersión que es la vida". Y es a partir de El fin de las razas felices y sobre todo en El gran criminal como se comienza a definir con más claridad un lenguaje y un universo poético, pero siempre desde una perspectiva innovadora, siguiendo caminos propios que se deducen del proceso de intelectualización, o del cuestionamiento constante de su poesía, de "la poesía", del fenómeno poético y, por tanto, del estilo, de la escritura y del arte de crear. Arte en el que concibe la poesía desde un punto de vista expansivo, no limitativo. En su obra, lo poético está en todas partes, en el cisne y en el cerdo, y en cualquier circunstancia; lo poético es algo así como una divinidad de origen desconocido que se asienta sobre todo lo físico para darle un aura de misterio.
La poesía de Dionisio Cañas va más allá del poema. Por eso en su actividad poética ha llegado a la conclusión de que su proyecto poético habrá de definirse no sólo en la teoría, sino también en la acción, y por esta razón siempre ha estado buscando nuevas fórmulas de expresión poética: el performance, la acción, el arte, las presentaciones de libros, los objetos, la fotografía, el video…etc. Su capacidad fundamental es la de descubrir lo poético allá donde se encuentre y si observamos la habilidad de sus ojos literarios concluiremos que pocas cosas se escapan de poder ser desnudadas hasta su poesía por la mirada de Dionisio Cañas.
Una mirada que nos dice, con Merleau Ponty, que hablar poéticamente del mundo es casi callarse, lo que no es, ni mucho menos, una invitación al silencio, sino a la concentración sobre los aspectos de la realidad que nos llevan al lugar más íntimo de las cosas, a esa esencia poética que puede emerger de todo, y que el poeta descubre arrollando todo aquello que las rodea (ruidos, otros objetos, vestimentas…) para distraernos de la posibilidad de ver su verdadera esencia poética. El objetivo del poeta es conseguir que lo poético "emerja en el esplendor de unas cuantas palabras verdaderas". Su mirada poética ha de conseguir que nos concentremos "en un pequeño territorio de lo real, y hablamos desde éste, y en este humilde lugar es donde encontramos la vida misma, dejando de lado las cosas que nos distraen, situándolas en un telón de fondo de sonidos silenciados, aunque latentes, de signos borrosos, aunque significantes en su remota aparición. Esa concentración que se realiza a través de la contemplación, de la mirada poética, es un don, como diría Claudio Rodríguez".
Y en lo que respecta a las corrientes poéticas que transitan por sus textos, antes de hablar de ellas, quiero aclarar algo que he leído en el sentido de que su poesía pertenece al llamado realismo sucio. Quiero hacerlo porque su poesía nada o poco tiene que ver con este movimiento, con el realismo sucio americano, con Calver o Bukovsky, o ya más cerca, con la nómina de poetas que formaron un movimiento de ese nombre en España en la última mitad del siglo pasado. Siguiendo la estética de la sobriedad y el minimalismo, Bukovsky es telegráfico, apenas existe en su esquemática poesía el inmenso laberinto de un mundo interior posesivo; además no le gusta Lorca porque no es simple. A Bukovsky le falta proceso histórico, cultural y es demasiado inocente en su maldad, en su amor al infierno. Existe en su obra el ahogo existencial, el nihilismo y la insumisión a la realidad, pero sentimos que funciona de manera instintiva. Mientras que en Dionisio Cañas el realismo sucio podría ser un surrealismo sucio, que se presume como el resultado de un proceso histórico que el poeta ha fermentado en sus entrañas, de una maduración profunda de todas las realidades internas y externas, históricas y momentáneas que forman la existencia hasta llegar a la conclusión de que el calificativo sucio es igual de poético que el calificativo limpio. La ausencia de metáforas en Bukovsky es agónica, mientras que el surrealismo suburbial de Dionisio Cañas, que ama a Lorca y ha asimilado en sus poemas la riqueza expresiva del andaluz, sobre todo el Lorca surrealista de Poeta en Nueva York, está lleno de imágenes conscientes y subconscientes, de metáforas agresivas, ricas en adrenalina y sombras, plenas de la luz de lo complejo. Rimbaud, Baudelaire y Verlaine le muestran un camino para la imaginación, la ensoñación y la riqueza metafórica para ese surrealismo sucio y consigue ser, ante todo, fértil, brillante, desbordado de riqueza expresiva. Y en lo que respecta al realismo sucio en nuestro país, viejo movimiento que pretendió una extraña mezcla devenecianismo y basura, y hace poco tan en boga siguiendo la estela de Bukovsky, sólo quiero decir que leyendo a algunos poetas que formaron parte de este club me da la sensación de que hablan del basurero de la vida tapándose la nariz, mientras que con Dionisio Cañas tenemos la certeza de que cuando escribe es porque se ha manchado las manos (y otros miembros) en todas las penumbras que cita, en todos los tugurios y basureros existenciales por los que transitan su cuerpo y sus palabras, en todos los bares de madrugada a los que van los camioneros para llenar sus tráiler mientras un poeta perdido, vagabundo, misterioso y amante, conversa con ellos en la barra y les imagina poemas.
Dos son las corrientes poéticas predominantes en su obra. Una corriente popular derivada del romanticismo; y otra de las acciones y experimentos del arte y la poesía de las vanguardias y neovanguardias. Es decir surrealismo y romanticismo, dos movimientos que, aunque puedan parecer antitéticos tienen en nuestra literatura del siglo pasado excelentes ejemplos tales como el Romancero gitano de Lorca o los Veinte poemas de amor de Pablo Neruda. El gran criminal es un buen ejemplo de esta unión, pues al lado de metáforas con amplia carga simbolista (el título proviene de una carta de Arthur Rimbaud) y surrealista, está el lenguaje de la vida que el poeta ha ido anotando y recogiendo, en la misma calle o en películas o en libros que forman parte de su experiencia. Después todo se recicla en el texto en una vorágine creativa que, con tan amplios materiales y tras pasar por múltiples filtros, deja fresco el poema. Así, cuando llama a Nueva York la capital infâme, nos vienen a la mente Les petit poemes en prose de Baudelaire; o el título de otro poema "Isla nublar", nos rescata de la memoria la escabrosa isla de Jurasic park, bajo la niebla de las montañas, mientras se oyen los rugidos lejanos de los depredadores recordándonos miedos atávicos que se quedaron grabados en el ADN de nuestros ancestros. Y el mundo del futuro, Mad-Max, en "Más allá de la cúpula del trueno", resuena como el relámpago en la sombra. "Il pleure dans mon coeur / Comme il pleut sur la ville ", nos dice con Verlaine en "Camioneros": "Llueve, nos llueve sobre el corazón como sobre la ciudad, pero todo ocurre fuera de nuestro bar de los No muertos". Un bar en la madrileña plaza de Legazpi en donde los camioneros esperan la carga para llevarla a los lugares más lejanos, a Galicia por ejemplo, o a Badajoz, hacia donde Pedro Martín (el personaje del texto) dirigirá su destino dejando atrás la bruma gris y morada de Madrid llevándose en su recuerdo el beso de un poeta perdido entre la gente, que no quiere ver, sino mirar con el estruendoso silencio de lapoesía el centro de gravedad de todo lo que se mueve, y lo que no se mueve, los ojos felices de los camioneros y los ojos pálidos de los peces muertos, que en su silencio dicen que "más vale morir a tiempo que vivir muriendo". Frases de Ortega y Gasset, Jorge Manrique, Wallace Steven, Eugenio Trías, Octavio Paz, Cioran o Alfred Döblin, literales, modificadas, así como otras populares, se mezclan con la potente creatividad de Dionisio Cañas para crear ambientes poéticos creíbles, desgarradores y de profunda vitalidad. Si tuviera que destacar alguna presencia, lo haría con Cioran y Corazón de perro, donde con el subtítulo de "Paseando con Cioran" aparecen muchas de las agudas y enigmáticas frases del filósofo.
A pesar de que no existe un estilo monotemático, repetitivo, sí es cierto que la prosa poética es el recurso que predomina en su poesía. En el primer libro, El olor cálido y acre de la orina, título que proviene de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sábato, ya usa la prosa poética. Y aunque en los libros posteriores predomina el verso, en el El gran criminal, que es ya el producto de un poeta hecho, la prosa poética, rítmica, como una especie de ámbito en donde los versos se aman unos a otros, se constituye como instrumento básico de su expresividad. Mientras leemos su prosa no podemos dejar de pensar en esa gran poesía en prosa de Rimbaud, de Baudelaire y sus Pequeños poemas en prosa, de Vicente Aleixandre y Pasión de la tierra, de Octavio Paz y ¿Águila o sol?, de Valente y No amanece el cantor o el poema Espacio de Juan Ramón Jiménez. Ahora, en los nuevos poemas que recojo en esta antología, Dionisio Cañas regresa al imperio del verso, quizá porque con Y empezó a no hablar se cierra una etapa vital y poética que coincide con los sesenta años de su existencia.
Y en esa larga etapa de poeta vagabundo que encuentra su lugar en Nueva York y La Mancha, leyéndolo con atención descubrimos que su obra poética es también un diálogo con la propia historia de la literatura y el pensamiento, y si investigamos, releemos, arañamos sus textos hasta sacarles los mensajes ocultos veremos que en ellos hablan con Dionisio Cañas autores como Walt Witman, Emily Dickinson, el José Martí de sus escritos sobre Nueva York y de Versos libres, Rimbaud, Cesar Vallejo, Wallace Stevens, García Lorca (sobre todo Poeta en Nueva York y El público), Vicente Aleixandre, el Dámaso Alonso de Hijos de la ira, Paul Celan, Cesare Pavese, Gil de Biedma, José Hierro (El libro de las alucinaciones), Jaime Sabines, Nietzsche, Cioran, Maurice Merleau-Ponty, Paul Virilio, Eugenio Trias, el Alfred Döblin de la novela Berlin Alexander Platz, James Joyce (el monólogo final del Ulises), Octavio Paz, Seneca…y la gente, sobre todo el vital ingenio, la expresividad del murmullo anónimo, la vida, las palabras de todos aquellos que el poeta vagabundo va encontrando en el camino y en su incesante tarea de buscar la poesía en todo lo que existe. Al cabo, la obra de Dionisio Cañas es un permanente diálogo del ser humano con la poesía que vibra o se duerme en cada una de las partículas que laten en la vida.
EPÍLOGO
PASEANDO CON DIONISIO CAÑAS
Manuel Juliá
La llanura manchega invita a un silencio en el que es posible casi callarse para escuchar un sonido de la vida que es verdadero y ancestral. Dentro de ese silencio fluyen las palabras como si no existieran, como si nunca hubieran existido. Se habla con el amigo y uno sigue teniendo la sensación de que ambos seguimos en silencio, de que existe un tiempo paralelo en el que estamos solos y podemos mirar con calma los intensos colores del horizonte y observar, cuando bajamos la cabeza, que las viñas son manos desgarradas que salen de la tierra pidiendo una ayuda imposible. En la llanura la vista avanza, a la velocidad de la luz, hacia donde termina el horizonte. La vista se relaja y uno comprende aquello tan hermoso que dijeron los griegos, que somos el ser que mira a lo lejos y por tanto conscientes de que en tanta inmensidad habrá de habitar un espacio lleno de enigmas y secretos.
Esta mañana de primavera, iluminada por un cielo tan azul que parece el mar de una isla tropical, voy paseando y conversando con el poeta Dionisio Cañas. Caminamos alrededor de su bombo, una choza de piedra entre las viñas adonde se retira cuando el bullicio de Tomelloso le aprisiona los tímpanos. Nos envuelve la tierra de La Mancha que ha sido declarada como el mayor viñedo del mundo. Como decía es primavera, pero aún las cepas no se han dignado a mostrar su verde respiración sobre la madera torturada por un verano infernal. Estallan de gris, de marrón, de pliegues y sombras que se duermen en la tierra mientras les va llegando el leve sol de un atardecer que inunda el cielo con los tonos rojizos más bellos que uno pueda imaginar.
-No hay un amanecer que se repita en cuanto a los colores del cielo -me dice señalando el horizonte con una varita-, la calidad de la luz, las emociones que nos producen…No hay un día igual a otro día, no hay un crepúsculo igual a otro crepúsculo…y sin embargo, siempre anochece y siempre amanece.
Vamos caminando por unas tierras ásperas, calizas, que sólo admiten como dádiva de sus músculos oscuros la viña, unas uvas acostumbradas a resistir las peores armas de la naturaleza: tormentas a destiempo, mildiu, sequía, heladas imprevistas. En un lugar presidencial de las tierras solitarias permanece orgulloso un almendro. Ya está viejo. Ya está herido. Ya está de vuelta de todo, sin hambre de vida. Pero está quieto en su llanura de ausencias y agradeciendo con su digna presencia que el poeta Cañas lo salvara de unas terribles máquinas que perseguían devastar aquellos lugares. El poeta se enfrentó a la máquina, puso su cuerpo enfrente y los obreros, admirados por aquel gesto quijotesco, indultaron al almendro.
Veo al fondo uno de esos horizontes que sólo se pueden ver en La Mancha. La bruma del silencio parece una cortina invisible que tiene anillos de aire que se van moviendo, subiendo de las viñas hasta el cielo azul, digo azul, azulísimo, índigo total en su diáfana existencia. La calma de la mañana no permite la existencia de ninguna nube. Aquí las nubes están prohibidas y por eso las viñas se retuercen, las hojas miran al cielo, las cepas se enredan como clamando algún suspiro húmedo que suele venir, algunas veces, en la madrugada, cuando hasta en el verano un desliz del tiempo implanta el brillo del rocío en la tierra.
Vamos caminando por el camino seco. El poeta esquiva las hileras de hormigas. No quiere pisarlas y cuando al plantar el pie percibe que algunos soldados perdidos de avanzadilla u ojeo, o el mismísimo grueso del ejército recolector, se ponen debajo de su sandalia, hace un gesto algo grotesco para pisar al lado y evitar el destrozo. Me mira después con gesto de comprensión y humanismo, para evitar que estalle mi incipiente sonrisa. Pero enseguida suele reanudarse la conversación poética.
-El poeta es una mirada en el fluir del mundo. Su mirada es una lectura de lo real y de lo irreal, de lo visible y de lo invisible, del ruido y del silencio del mundo, de la música de las galaxias y de la respiración de un obrero en un amanecer cualquiera.
Un día cualquiera, un instante cualquiera, paseo con Dionisio Cañas por la extensión de su territorio, por el que fue su primer territorio y por el que va a ser el último, porque después de vagabundear uno termina siempre cerca de donde está el vientre de la madre, donde están los primeros olores, los primeros ruidos y quizá el primer silencio que nos descubrió el primer lenguaje enigmático para descubrir todo aquello que no se deja descubrir.
Y en la llanura, mientras paseamos por los largos caminos que cruzan su bombo hablamos de dios. ¿Dios con mayúscula o dios con minúscula?
-Me gusta Jesucristo, pero no sé quién es ese dios que han creado los cristianos-, me dice.
-Lo creó San Pablo y los concilios -apunto intentando, como él, no pisar a cuatro hormigas soldado que iban de vanguardia por una zona de pedruscos-. Han creado un formalismo de un sueño, de una idea hermosa.
-Sí, me responde, prefiero sentir la divinidad de la naturaleza, aunque en ella también exista la malignidad, a tanto formalismo.
Y así se queda el asunto. Ya no hablamos más de Dios. Mejor seguir hablando de poesía mientras caminamos por esta hermosa mañana de viento limpio, sol sin estrías y campo de olores ancestrales.
-El poema -dice Dionisio, mirando el suelo mientras habla y camina- es una mirada que se detiene, de pronto, en el fluir del mundo. Nace de la contemplación, pero también puede nacer de un vacío, de un silencio. Este vacío o silencio no es la nada, sino una sensación de desconexión de las cosas del mundo que a veces precede a la aparición de una idea, de un poema…Y entonces, una vez que de ese vacío originario aparece una obra entra en el reino de lo real. Por lo tanto, la irrealidad no existe como tal sino como principio de desconexión a partir del cual se inicia una obra artística.
No hay nadie alrededor. Nadie humano, claro, porque sobre nuestras cabezas van y vienen veloces muchos gorriones solitarios. Como les gusta acercarse a ras del suelo vemos sus buches gordos y su escasa aerodinámica, aunque es imposible negar su enorme pericia para subir y bajar por los vientos libres del campo igual que lo hacen por los aires amontonados de las calles de los pueblos. También algunas urracas y dos o tres cuervos nos contemplan caminando por los caminos solitarios. Qué se dirán esos dos terrícolas que caminan muy despacio y gesticulan sin aspavientos por los solitarios caminos de la llanura, se preguntan en su lenguaje escueto.
-El poeta debe aceptar la palabra venga de donde y de quien venga -me dice Dionisio con un gesto de ágil certeza-. Una de las primeras reglas para ser poeta es despojarse de todo prejuicio respecto a las jerarquías del lenguaje poético. No se trata de un "todo vale" pasivo y estúpido, sino de un "todo es valioso" para un primer movimiento en la escritura.
-Sí, pero qué sentido tiene la obra poética -le pregunto.
-Buscarle un sentido a la obra poética es como buscarle un sentido a la vida; no lo tienen -me lo dice con una sonrisa irónica y triste.
Ojalá quedaran ríos en La Mancha pienso, porque así ese silencio ancestral que nos rodea dialogaría con el sonido del agua. No sé por qué me llega ese pensamiento a la cabeza, pero el hecho de que el silencio dialogue con el agua me genera cierta paz espiritual.
Luego observo cómo los pájaros nunca siguen el mismo camino. No van de viaje a ningún lugar, por eso es difícil predecir cuál es la dirección que van a tomar.
-Los poetas que tienen un estilo y una coherencia temática -me comenta mirando el cielo y como yo el vuelo loco de los pájaros-, los poetas que son un mono temático, han traicionado a la vida: se repiten porque les da miedo la dispersión que es la vida.
El aire de la mañana todavía es fresco, el sol se deja acariciar casi con el perfil de las pupilas.
-Como te decía al principio no hay un amanecer que se repita en cuanto a los colores del cielo, la calidad de la luz, las emociones que nos producen... y sin embargo, siempre amanece. No hay un día igual a otro día; no hace falta Heráclito para darse cuenta de esto. No hay un crepúsculo igual a otro crepúsculo... y sin embargo, siempre anochece. Lo cíclico, lo parecido, la mismidad, es la red debajo del trapecista; nos tranquiliza, nos da seguridad, mitiga el miedo a la Muerte.
A veces veo esta llanura manchega y me imagino que es el territorio de un planeta lejano en el que todavía no se ha desarrollado la vida humana. Todo lo que existe se ha creado por sí mismo y hasta las viñas han aprendido a alinearse en la tierra áspera para que las uvas acepten mejor al sol y puedan iniciar de manera más ordenada su tránsito de azúcar a néctar divino.
-Cuando se escribe -vibra Dionisio Cañas con su disertación poética- sin la red de esa mismidad tranquilizadora en todos los amaneceres ponemos en juego nuestra vida, todos los días nos cruzamos con la muerte por la calle como si fuera una señora saliendo del supermercado, todos los crepúsculos pueden ser para nosotros "el último crepúsculo". Sin red de seguridad debajo de nosotros se vive mucho peor, eso está claro, pero si todos intentáramos que cada poema, cada experiencia poética fuera la travesía de un funambulista por encima de un cable desde una torre gemela a otra, en Nueva York, como lo hizo Philippe Petit en 1974 (y sobre cuya aventura se haría después la película-documental "Man on Wire"), sin red de protección, con el abismo de la vida y la Muerte debajo de sus pies. Si todas nuestras experiencias poéticas fueran esa travesía sobre el abismo, quizás llegaríamos a cierta honestidad respecto a nosotros mismos, y respecto a la poesía. Ah, y vamos a dejarnos de tonterías: en poesía uno siempre termina follando con uno mismo, y no hay nada que nos complazca más que nuestra propia mano...escribiendo.
Escucho a Dionisio Cañas, en la llanura manchega, al fin, hablar de Nueva York.
-Para mí Nueva York, durante más de 30 años, significó esa travesía del funambulista; lo que pasa es que las torres gemelas fueron derrumbadas estrepitosa-mente y, debajo de mis pies, ahora "el desierto crece".
La muerte, la muerte, la muerte. La obsesión.
-Sólo la Muerte se parece siempre a sí misma -me dice sin mirarme.
La muerte, la muerte, he aquí a la muerte y en mi cerebro se unen todas las experiencias que mi corazón no quiere olvidar. Son huevos que un ave deja en el nido de mis entrañas, y el recuerdo de la lectura de sus poemas en los que la muerte es una luz y una sombra me viene a la cabeza. Me intriga saber esa obsesión que Dionisio Cañas ha tenido siempre con la muerte. Le pregunto por la muerte:
-Desde muy pequeño me obsesionó la muerte y la vi muy cerca.
El sol primaveral de la Mancha es un sol de verano de cualquier otro lugar. Su fuego invisible viaja por el azul y se estrella contra los cardos, los rastrojos, las cepas y las piedras mugrientas, choca contra todo y luego distorsiona el paisaje, parece que se levanta un humo invisible, un humo sin cuerpo, es como si un espejo distorsionador su pusiera por el horizonte. Dionisio Cañas levanta los ojos, mira hacia el sol y se retira el sudor de las cejas con los dedos.
-Fue una experiencia muy impactante. Un niño se pinchó con un clavo oxido cuando estábamos buscando chatarra entre la basura para venderla (en Linares, Jaén, donde pasé parte de mi infancia). La chatarra la vendíamos para ir al cine. El niño se hirió y no le dimos mucha importancia, pero unos cuantos días después murió.
Me mira y hace un gesto triste. Su larga melena grisácea rizada despide brillos que deslumbran.
-Yo entré en la habitación donde lo velaban. Había un olor horrible y todo parecía morado: las paredes, el ataúd que era blanco, el niño. Esta luz morada me cegó y vi cómo el niño flotaba envuelto en luz por encima de la caja. No sé si esto fue un sueño o fue realidad pero yo lo recuerdo como real. Entonces me dije que la muerte no era nada malo, que solamente hacía que pudiéramos volar, flotar en el aire, durmiendo. O sea, que fuera del olor de aquella habitación, para mí el primer encuentro con la muerte fue agradable, casi bonito.
Un hermoso olor a manzanilla llega desde lejos. La aridez de la tierra y la pesadez del viento parecen recibir ese olor con alegría. El paisaje habla con nuestra sombra, está feliz porque un leve pero hermoso olor nos indica que siempre es posible un instinto de felicidad.
-¿Te ha rondado la muerte?- le digo aspirando con fuerza las moléculas olorosas de la manzanilla.
-Sí, luego, a esa misma edad, descarriló un tren en el que yo iba con mi abuela, cuando pasamos por Despeñaperros. A mí no me pasó nada, pero fue gracias a que un soldado apartó de un puñetazo una maleta que venía en la dirección de mi cabeza con toda la fuerza del frenazo del tren. En este descarrile no vi a ningún muerto, pero constantemente me recordaban que "estás vivo de milagro". Después, ya de adulto, he estado dos veces a punto de morir: una en un pequeño avión al que se le quemó un motor, en EE.UU., otra cuando un joven marroquí con el que eché un polvo me quiso robar y yo me opuse y él estuvo a punto de machacarme la cabeza con una piedra, en el campo, cerca del pueblo de Cinco Casas.
-Y has querido luchar contra la muerte con la poesía -le digo recordando las múltiples visiones de la muerte que llenan sus textos.
-No, para mí la poesía es algo más. Es la vida, en todo caso la posibilidad de dar vida en la muerte- me dice.
-Por eso siguen vivos dentro de ti tus muertos Dionisio, los muertos que amaste y a los que ofreces como dádiva en la bandeja de tu corazón los poemas que los siguen manteniendo despiertos. Aún sufres por ellos, aún recuerdas sus instantes…
-Sí, las muertes de mi padre (cuando yo tenía 20 años), mi hermano mayor, hace 15 años, y mi hermano menor el año pasado, las he sufrido pero especialmente porque he visto y vivido el sufrimiento de mi madre. Las muertes de José Olivio y Patricia Gadea ya sabes que han sido emocionalmente muy importantes para mí. Pero la muerte que más temo es la de mi madre; por mucho que me prepare sé que va a ser terrible para mí.
Algún día no estaremos aquí. Ni Dionisio Cañas, ni el amable editor de este libro, ni yo, ni el lector que ahora lo tiene entre sus manos o entre sus ojos y ha llegado hasta este momento en donde se va a cerrar el telón de la obra poética de Dionisio Cañas. Tampoco estarán estos pájaros que ahora vuelan locos por el cielo sin saber adónde van, o quizá sabiendo con exactitud que no han de ir a ningún lado y que cumplen con su destino sólo con deambular libres por el viento para nada. Tampoco estará la hermosa llanura porque será devorada por la tierra, o por el agua, o por el fuego, o por el mismo vacío; ni estarán las viñas y dejarán un día de ser, de dar el vino para siempre y otro día el vacío conseguirá que todo lo que ahora se oculta bajo el tiempo se quede para siempre como ausencia. Así será, y nunca lo veremos.
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