Breve extracto del texto "La poesía de Manuel Juliá: La escritura del corazón", de Jesús Barrajón Muñoz, profesor titular de Literatura Española en la Universidad de Castilla-la Mancha, Facultad de Letras.
Hace ahora veinticuatro años que Manuel Juliá (Puertollano, 1954) publicó su primer libro, De Umbría (1998), editado, como el siguiente, Sobre el volcán la flor (2009), por la Diputación de Ciudad Real; en 2009 salen también a la luz las prosas poéticas de Cuarenta latidos, publicadas por la editorial castellanomanchega Almud. Tres buenos libros que muy probablemente no hubieran colocado su nombre en el panorama poético español, y no por razones literarias, sino porque su autor los da a conocer cuando tiene más de cuarenta años y en editoriales de difusión provincial o regional. Criterios nada poéticos, pero, lamentablemente, operativos en la vida literaria. Esos libros han tenido con los años la fortuna de ser tenidos en cuenta de nuevo por una doble razón: porque la publicación de sus cuatro libros siguientes la realiza una editorial nacional de prestigio, Hiperión, y porque esta mayor difusión venía acompañada de un importante salto cualitativo en los libros de poemas que Manuel Juliá publica en estos últimos nueve años: El sueño de la muerte (2013), El sueño del amor (2014), El sueño de la vida (2015), reunidos en 2018 en la Trilogía de los sueños, y el que, hasta el momento, es su último poemario, Madre (2021).
Ya se ha señalado que la vocación poética de Juliá resiste en el transcurso de una vida tan llena de circunstancias diversas como la suya porque -como no podía ser de otro modo- se le convierte en un imperativo moral y estético que, con los evidentes cambios en función de cada tiempo, tengo la impresión de que ha pervivido inalterable. Entre el muchacho que lee a Bécquer en su casa familiar y comienza a escribir versos, y el autor de Madre parece ha permanecido algo inalterable y perceptible por quienes se acercan a su obra: el amor, la pasión por encontrar un sentido a la vida a través de la escritura:
Es una respuesta de fecha reciente en una entrevista en la que se le había preguntado por qué escribía, se observa la concepción de la escritura como la búsqueda consoladora de un sentido para un misterio que se sabe irresoluble y que es portador de una verdad escondida, la belleza, que contiene el dolor y la alegría, y que el poeta, aunque inútilmente, trata de alcanzar. He usado, en esta paráfrasis de su respuesta, la palabra belleza también, como Juliá, en un sentido keatsiano, identificándola con verdad. La poesía es, por tanto, la búsqueda de esa verdad; y, en el caso, de Juliá, esa búsqueda se plasma desde la pasión y el arrebato
En esta búsqueda de sentido de la que hablamos, Juliá parte de una idea que, aunque expresada de modo directo en el prólogo de Madre, podemos entender que es el de toda su poesía: "Estamos llenos de palabras que quieren comprenderlo todo, pero también sabemos que hay cosas que no se pueden explicar con palabras […] Son cosas que llevamos escritas adentro y es imposible leerlas con los ojos de afuera". Unas líneas atrás, se ha referido, con expresión muy hermosa, a la "escritura del corazón". Pero, claro, el poeta solo dispone de esas palabras y es con ellas con las que trata de comprender y de expresar lo vivido y lo imaginado, lo esperado y lo temido, lo que perdura y se queda, y lo inaprehensible que huye.
De igual modo que la expresión vehemente del yo crece a partir de El sueño de la muerte, también lo hace el diálogo que se establece con el tú. Quizá este sea uno de los aspectos que puedan resultar más inquietantes -nos coloca deliberadamente en una posición de lectura insegura, imprecisa- de su poesía. A veces es claro que el sujeto se dirige al padre, la madre, la amada, a sí mismo, pero otras muchas es un tú indefinido porque -esa es mi impresión- Juliá sobre todo expresa un movimiento que es a la vez hacia sí mismo -y lo que es parte de él como el padre, la madre, la amada- y hacia lo otro. La poesía de Juliá es una poesía volitiva, no -aunque a veces sí- descriptiva, reflexiva o puramente sentimental. En esa dirección del yo hacia lo otro se origina un intento de diálogo que a veces es soliloquio y, otras, voluntad de comunicación real, como si en ese diálogo fuera a surgir la explicación de lo inexplicable, la comunicación consigo mismo y con el mundo.
(...)de la misma manera que conviven espiritualidad, romanticismo y surrealismo, sus poemas, y de manera particular en El sueño de la muerte, se crean en el diálogo entre irracionalismo y racionalidad, entre desrealidad y realidad. El punto de partida es ese abrirse el corazón, desde una realidad mirada racionalmente, para mirar lo que hay dentro o, para desde el sentimiento del corazón, hacer que eso que está dentro se ponga en contacto con lo que desde ese corazón se mira. El origen del tono poético de Juliá se halla, en mi opinión, en su decisión de que ambos mundos coincidan y muestren el contenido múltiple, contradictorio e inexplicable o simple de lo que es, parafraseando a Luis Rosales, el contenido del corazón.
La siguiente afirmación es por completo subjetiva, pero no quiero dejar de expresarla: si la Trilogía supone un enorme salto cualitativo en la trayectoria de Juliá, con El sueño de la vida alcanza su nivel más elevado. El libro comienza con un texto en prosa, "Un pequeño relato", cuya emoción contenida recuerda a los textos de Cuarenta latidos. Es el relato de un niño, Manuel, que con sus padres y hermano visita el mar por primera vez: "En aquel momento, Manuel, su padre y el hermano menor, eran tan felices que imaginaron que podrían estar así toda la vida". Con acierto, José Enrique Martínez señala que "cada poema es una sola oración que va ramificándose hacia su final" ; yo añadiría simplemente que cada una de esas oraciones parte de ese relato inicial, es decir, de un momento de felicidad que vive en la memoria. Las tres partes del libro ("La arboleda de la vida", "Puerto oscuro" y "El sueño del regreso") presentan algunos centros comunes, entre los que la infancia y la madre desempeñan el papel principal. El yo angustiado de los dos libros anteriores no desaparece, pero gana terreno otro que avanza hacia la parte final, la más vitalista y luminosa del libro.
En estos poemas ("Canción de cuna", "Bruma de geranios", "Poema de madrugada", "Hablé con ella", "Después de destrozar el amanecer"), Juliá expresa, desde el dolor de la ausencia, una nostalgia que es recreación de la felicidad de la infancia, de su plenitud. Juliá nombra en ellos los objetos, los colores, los sabores que logran transmitirnos una sensación de plenitud y pureza: los geranios, el yogur, los rosquillos, los melocotones, el merengue, la Navidad, las moreras, el patio familiar.
(...) Madre, el último libro de Juliá hasta el momento, es el final de una etapa y el comienzo de otra que está por escribirse. Es un libro que introduce vías expresivas completamente nuevas en su poética. De todos sus libros, lo tengo por el más libre, el más valiente y atrevido y, quizá por todo ello, su mejor libro. En sus páginas finales, en un texto en el que explica el modo en que comenzó a escribirlo, Juliá habla de una madrugada en la que, recién levantado, siente el deseo de escribir, sin saber bien sobre qué; después de varias horas en ese estado, decide coger el coche y pasear por su pueblo. Los recuerdos surgen y, entre ellos, poderoso, el de la madre: "Me volví a casa y durante el viaje decidí de lo que iba a escribir. Escribiría de ella". Más adelante, ganado ya por el arrebato, miró los folios en los que garabateó durante la madrugada y "lo tiré todo a la papelera y me puse a escribir sin parar salvo para dormir o comer. Y en poco tiempo, como aquellos hornazos y rosquillas que mi madre sacaba del horno de las panaderías, saqué Madre del horno de mi corazón"
(...)como señala Túa Blesa, Madre es un viaje al pasado y al propio yo. En ese viaje aparecen las personas, los lugares y los objetos que los habitaron; el padre, la madre, los álbumes de fotos, el Gordini, el Paseo de San Gregorio, las santas a las que su madre rezaba, las flores. Se traen a la memoria momentos concretos que llenan la ausencia y se convierten en poesía al ser nombrados por un sujeto que encuentra en ellos la materia para hacerlos universales: lo que está vivo en la conciencia, el tiempo vertical de Bachelard, el tiempo que no se ha ido, sino que, al quedarse y sedimentarse, ha formado la conciencia.
Lo más frecuente, sin embargo, es que los poemas de Juliá se construyan como una realidad desrealizada, es decir, como un espacio en el que conviven la escritura realista y la irracionalista. Está ya en De umbría y se mantiene como el modo de nombrar más habitual hasta Madre. Lo encontramos por ejemplo en "Los ojos de los niños" de El sueño de la muerte. El poema está recorrido simultáneamente por las imágenes que nos permiten ver al yo recordándose niño y las que aparecen sin visos de realidad racional porque se desarrollan desde la imaginación que funde, mezcla, superpone. En estas últimas, el receptor está llamado a hacer suya la sensación de pérdida que el poema transmite, pero si llega a ella es porque ha partido de algo que se ha dicho sin veladura irracionalista alguna: el yo del poema se afirma en el niño que fue y que, en medio del tiempo pasado, todavía vive.
Con alguna frecuencia, Juliá recurre a lo que, en narrativa, llamamos tanto monólogo interior como flujo de la conciencia, es decir, textos que reproducen el desorden del pensamiento en la suma de múltiples y contradictorias ideas y sensaciones. Lo tenemos, por citar un caso, en "Partes de una soledad", de El sueño de la vida, pero, sobre todo en Madre, en poemas como "La última mirada" y, mejor aún, "Cascabeles azules", espléndido poema, del que ya mencioné algunos aspectos. Es un poema en el que el sujeto articula su discurso sin la cortapisa de ningún control mental ni poético. Como en el flujo de conciencia, se alternan consideraciones sobre su situación, recuerdos del padre, crítica social, narración ordenada de hechos, palabras que se le dicen al padre y hasta un fragmento de una canción de Pepe Marchena. Su lectura me hizo pensar en la poesía de Hierro en Cuaderno de Nueva York, en poemas como "Rey Lear en los claustros". En "Cascabeles azules" construye un poema perfecto para la expresión de un sentimiento de añoranza absoluta mediante la estructura de un monólogo interior.
ÍNDICE
Estudio introductorio de Jesús Barrajón 9
DE UMBRÍA (1998)
Casa desierta
Cruz vacía
Crepúsculos grises en Ystad
SOBRE EL VOLCÁN LA FLOR (2009)
Metamorfosis
Aún queda
Dónde la niebla
Heráclito versus Dante
80 Galerías olvidadas
Epitafio
Demasiado tarde
Origen
CUARENTA LATIDOS (2009)
Niefla, 87
La selva, 89
La fábrica, 92
Vida imaginada, 94
Qué bien se está a esta hora, con la ciudad vacía,
Desde el principio o desde el final
EL SUEÑO DE LA MUERTE (2013) Final
Viaje
Canción perpetua
Escondite
Un esqueleto leyendo un libro
Gotas de lluvia
Sin tiempo
Caramelos
Palomas mensajeras
Una claridad interminable
Luz esmeralda
Un día de agosto
Los ojos de los niños
Melocotones
EL SUEÑO DEL AMOR (2014)
Regreso
Tú tienes lo que mi vida necesita
Te pregunto si quieres venir conmigo hasta el infinito
Solo quiero dormir en tus muslos
Las piedras exhalaban imágenes
Detrás de la fábrica hay una bahía
Bésame mucho y poseeré tu dolor
El sol se duerme en tus pechos
El sexo tenía destellos
Si creo en la vida es porque me has amado
EL SUEÑO DE LA VIDA (2015)
Un pequeño relato
Cocodrilos
Parada
Hambriento de misterio
Calles solitarias
Árbol estepario (A Antonio Manchado)
Sendero de abedules
Partes de una soledad
Canción de cuna
Bruma de geranios
Poema de madrugada
Después de destrozar el amanecer
Hablé con ella
MADRE (2021)
Mi soledad, mi poema
Singer
Ofrenda de amor
Beso robado
Un sueño que nunca se ha escrito
Cascabeles azules
Sin nombre
Kaddish
A Dios
La puerta
Nunca es tarde
No abras los ojos
Hasta siempre, nos vemos en el olvido
La primera edición de El corazón de la muerte, Antología poética de Manuel Juliá seleccionada y prologada por Jesús Barrajón Muñoz, se maquetó en los ordenadores de Ediciones Hiperión y se imprimió y encuadernó en Tórculo Comunicación Gráfica, en Santiago de Compostela, en el mes de marxo del año 2022.
COR CORDIVM
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