06/07/2025
Mis rodillas y mis manos y mi cara y esa camisa blanca que mi madre había lavado y planchado, y el pantalón corto hastiado de tiempo, todo estaba lleno de manchas. Nos habíamos subido agarrándonos a la corteza solemne de esa morera majestuosa que había en el patio. Las orugas se alimentaban de sus hojas en cajas de zapatos. Allí las devoraban con pequeños mordiscos circulares hasta convertirse en crisálidas en el largo preludio de la mariposa. Cuando llegaba a mi casa lo primero que veía mi madre era la camisa blanca. Me echaba un vistazo de arriba a abajo pero la encendía la camisa blanca. Parecía ensangrentada, como si viniera de un sacrificio. Había manchas de un color granate, morado, manchas enormes y yo salía corriendo de la casa cuando veía la zapatilla en sus manos y me iba hasta la morera, quería decirle que nadie entendía nuestro amor, el amor de un niño y un árbol. Entonces ya quería escribir y le decía que algún día escribiría esa nuestra historia de amor. Me querían alejar de ella porque en mi casa no ganaban para ropa y jabón, y yo no quería, en la vida todo mancha, el amor, el odio, el dolor, la felicidad, la venganza, la gratitud, todo deja un rastro tan ostentoso como aquellas manchas de las moras deliciosas que en tarros de mermelada fabricaba una vecina y vendía. Se llamaba Luisi. Tenía un talento de gourmet, pero quién iba entonces a pensar en ello cuando el comer era una necesidad y no un arte figurativo. Yo prefería las moras a la mermelada y me embobaba en esa figura del árbol, en su frondoso ser, alta y ancha, de sombra espesa y grande, bella como pocos árboles he visto en mi vida. Ahora apenas veo moreras. La limpieza de calles, corrales, jardines ha podido a la nostalgia. El otro día un vecino, al saber que me encantan, me llevó a ver la suya. Era extraña, de hojas tímidas y sombra esquiva, algo artificial. Es que es una morera sin moras, me dijo, son muy sucias. Pobre sueño de la infancia. Pobre árbol desaparecido, con la de buenas lavadoras que tenemos hoy. Pues entonces prefiero una higuera, un naranjo o una chumbera, le dije al vecino, no me gustan los árboles estériles.
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