05/05/2024
Asistí cerca de la gente a aquel delirante viaje a ninguna parte. Lo hice bien porque seguí la senda que Josep Pla expresa en Un verano de paso. Dormí cerca del mar, en la costa del Ampurdán, donde el cielo, la tierra y el mar compiten en una batalla interminable por la belleza. Sentí en la cala de Aigua Xelida que Dios no habla al mundo, escribe con la luz del viento luminoso cielos profundos y azules, aguas verdosas y grises y peñas y árboles y olas que llegan al pecho de los seres humanos para dejar un mensaje de la eternidad. En aquella belleza había mucha gente revuelta ante una demoníaca idea de España que lastraba su vida. Desde que en el año 2010 una aspiración de tinte secesionista, plasmada en un estatuto, fuera desechada por el Tribunal Constitucional, los políticos nacionalistas pegaron el sorpasso del catalanismo al independentismo.
Aunque fuese difícil en las grandes ciudades enganchar a la gente con la tierra prometida, sí se hizo entre los campesinos y ciudades pequeñas, generando el sentimiento de que una felicidad futura estaba siendo sometida a un gobierno exterior. Esa idea caló como el vapor de las grandes olas en las orillas, y mucha gente se dispuso a soñar un sueño imposible. No tardó mucho en convertirse en pesadilla, porque esos políticos usaron las ilusiones de la gente para realizar una estrategia perversa de chantaje al gobierno de la nación. O la independencia o un estado de revuelta permanente. Pero esa audaz y alocada premisa chocó con la ley. Y cayó al suelo como un dron al que se le acaban las pilas.
Todo se convirtió en un laberinto de heridas de difícil ensamblaje. Por eso ahora, en estas elecciones de 2024, además de que se desvelen numerosos enigmas políticos, regionales y nacionales, me interesa ver si se desempolvan las telarañas del sueño secesionista y emerge de nuevo como un volcán que despierta. Más allá de la difícil matemática, que seguro será otra vez perversa, me interesa si los independentistas sacan mayoría, y por tanto, no es real el debilitamiento que dice la encuesta del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales, de la Universidad Autónoma de Barcelona. Desvela que sólo el 5 por ciento cree en la república catalana, y que el 39,5 por ciento apoya la independencia y el 52,5 por ciento, la pertenencia a España.
En los años del Procés era casi al revés. Pero las elecciones en este asunto van a ser la prueba de la verdad y veremos si la enorme decepción de aquellos días, la pérdida de protagonismo económico y cultural y el desprecio a los problemas reales, por mor de esa Arcadia feliz, en las que hasta se llegó a decir que no se pagarían impuestos, deriva en una lógica apabullante o en otra ensoñación inconsistente.
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