Críticas

22/06/2023

El latido infinito (revista cultura Turia)

Javier Lostalé

Documentos adjuntos:

La publicación por la editorial Hiperión de la antología El corazón de la muerte del poeta, escritor y periodista Manuel Juliá, en una edición preparada por el profesor y ensayista Jesús Barrajón Muños, autor también del iluminador estudio introductorio, nos ofrece la posibilidad de tener una visión unitaria de la obra poética de este autor castellano-manchego nacido en Puertollano en 1954, que publicó su primer lubro de poemas De umbría a sus cuarente y cinco años, hecho que determinó, junto a su "voluntad libérrima de no escribir al dictado de las poéticas mayoritarias en su tiempo", aspecto señalado por Barrejón, que sea muy difícil cualquer clasificación generacional, tanto desde el punto de vista formal como de alumbramiento de un mundo tan profundamente íntimo, modulado siempre por el corazón, que presta eternidad a cuanto nombra y convierte por tanto en latidos sin tiempo la memoria, el olvido, la ausencia, el deseo, la soledad, la infancia, los sueños, los elementos de la naturaleza y, por encima de todo, el amor. Toda la poesía de Manuel Juliá es un canto de amor en el límite, más allá de la vida, por eso la muerte se convierte en otro pulmón de la misma vida. Y hay en ella un cordón umbilical entre lo exterior y lo interior y un anclaje en lo escondido, en la búsqueda de la visión más honda que se encierra en lo oscuro. Cada uno de sus libros, desde el citado De umbría, hasta el más reciente en el momento en que escribo estas líneas, Madre, pasando por Sobre el volcán la flor, Cuarenta latidos y la trilogía El sueño de la muerte, El sueño del amor y El sueño de la vida, ha ido intensificando y anudando la plenitud de una existencia desde el no ser y desde lo que amanece sin llegar a florecer. Y el corazón, como ya señalamos, es el principal motor del espíritu que nunca se resigna a dejar de alentar vida, podríamos decir que el corazón piensa; corazón también de la muerte entrañado en la existendia que late con todos los ausentes, fecundadores asimismo de esta poesía. Su presencia, sus voces, el poeta las hace parte de su cuerpo y de su espíritu, se mueven y dicen dentro de él, como sus propios órganos. Entre esas ausencias están las de los mineros y, de un modo especial, las de sus padres, germinación de esta poesía. Con los mineros habla habitándolos: "Ahora puedo meterme dentro de sus ojos / y conocer el silencio que conocen, / o la antustia que sienten / en la profundidad de la ausencia. Puedo escuchar sus brazos rudos golpeando la mesa / enfrentándose a quien dispuso vivir, / o a que un día las persianas ya no pudieran abrirse / para que adentro fuese imposible envejecer, / y se quedasen mudos esperando / que lleguen las palomas del parque con un mensaje / que todo lo explique". Y al referirse a su padre, muerto como consecuencia de la toxicidad de los gases emitidos por la petroquímica donde trabajó durante treinta años, y por el veneno también del tabaco, las canciones de Pepe Marchena que interpretaba de habitación en habitación, junto a la mascarilla de oxígeno, son la memoria más lacerante de lo sufrido por su progenitor; y el cante su presencia más profunda y la victoria sobre la muerte, hasta el punto de que el poeta se transforma en su padre: "Me miro al espejo y veo que estás tú ahí, al lado lado. / Llego a pensar que no has muerto, que moriste ayer para estar / vivo hoy. No has muerto, padre, porque me he vuelto tú. / Mis ojos son tus ojos. / Mis labios tus labios. Mi nariz tu nariz". En cuanto a la madre, la memoria táctil de este autor, la resurreción permanente de lo que con sus poemas esgrafía, llega a estar tan dentro de ella que, tras su muerte es de nuevo concebido. Muerte a la que le pide entrar en su reino de niebla, de lo desconocido, para encontrarse con el ser que tanto amó, y al que no fue capaz de mostrarle ese amor. Y de hacerlo siempre desde la escritura, desde este libro fundamental y emocionante que es Madre. "Léeme en donde estés y podrás comprobar que ya he perdido la vergüenza, que ya puedo expresarme. Te amo. Camino hacia ti. Vuelvo al lugar que fue tuyo y fue mío, donde fuimos antes de ser heridas del silencio y el vacío, heridas que necesitaban la venda de la vida. Voy hacia ti, y cuando llegue al viento que no se mueve, te miraré a los ojos, te abrazaré sin mover los brazos y te diré que te amo sin abrir los labios".

En la poesía de Manuel Juliá principio y sin se anudan: todo es origen. El olvido trasmina la plenitud de la memoria y el vacío es hueco donde se puede respirar amanecer. La naturaleza es un ser humano más, es un termómetro de la soledad, de los sueños, de las ganas de vivir. A veces esta transfusión de las fuerzas de la naturaleza al vivir humano me recuerda por su voltaje cósmico y desnudez a Vicente Aleixandre: "El corazón del árbol solidario está dentro de mí, / es el que mantiene viva la luz de la niebla del puerto / que va por los muslos de la montaña, rodeando / el gran deseo de vivir que hay en los caminos perdidos, / y mirándolo siento que su calma / tiene todas las lábrimas que he guardado / muriéndose en mi carne como poemas de luz". Y junto a la naturaleza, la infancia es axial en la poesía de Juliá, sin edad siempre por ella es recibido, así como el amor que todo lo inunda, amor como ascensión, como deslimitación, como lo absoluto, como el latido infinito. Amor que en ocasiones se desborda con su vena romántica, ante quien la muerte se rinde. Plenitud de lo que no se llega a saber: "Cuando despierte pondrá mi cabeza en tu viente /para sentir la completa visión de Dios sobre la cama. / Bésame mucho amor mío que te volveré inmortal / y no necesitaré comprender por qué te amo".

No quisiera tampoco olvidarme de la importancia que tienen los espacios (calles, bares, habitaciones, casa) en esta poesía, ni de cómo en ella se pasa constantemente de la realidad al sueño, y lo irracional desvela hasta su médula lo racional. A lo que sumo la niebla, esa nube baja que en esta poesía cala con lo que no se ve, pero que está.

Por último quisiera señalar el surrealismo controlado, más cerca de Lorca que de Breton utilizado por este poeta, que muy bien expresa Jesús Barrajón, quien también se refiere al carácter trascendentalista y alucinatorio de una obra que, a mi entender, nos pone en contacto con el valor supremo de la poesía que, como diría Juan Ramón Jiménez, es "buscar la sustancia eterna de lo temporal". Manuel Juliá lo consigue, así se manifiesta en esta antología El corazón de la muerte, que resonará en el corazón de multitud de lectores.

JAVIER LOSTALÉ.

Manuel Juliá, El corazón de la muerte. Antología poética, Madrid, Hiperión, 2022.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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